DE LAS MUJERES EN LA UNIVERSIDAD: UNA REALIDAD INVISIBILIZADA
Umberto Gustavo
Artículo de Opinión
Que las autoridades de la universidad politizan la problemática social de la violencia contra la mujer, no es novedad. Es evidente que los discursos, pronunciamientos, “eventos” e instancias de defensa y protección de los derechos universitarios de las mujeres, promocionados con bombos y platillos, no han generado ningún impacto y transformación en la comunidad universitaria. Al parecer, la universidad es una institución que imparte la “pedagogía de la crueldad” como un sistema aleccionador o de escarmiento que trasciende el espacio, el tiempo y los géneros. Veamos el porqué.
El patriarcado se manifiesta bajo una jerarquía de poder conservadora, estructura que ampara y encubre formas de opresión y dominio que moldea el funcionamiento de las desigualdades de género y por extensión las desigualdades económicas, políticas, jurídicas, raciales, entre otras, que se imponen bajo el mandato de superioridad masculina que ejerce el poder.
La universidad hizo de este sistema su cultura institucional, estableciendo códigos informales que determinan la conducta de docentes, estudiantes y administrativos, los cuales, se convierten en una especie de columna vertebral que preserva y fortalece esta estructura de poder. Por ejemplo:
El acoso sexual en la universidad
Es una problemática que en las relaciones universitarias se ha normalizado y aceptado, a pesar de ser un delito tipificado en el Código Penal. Lo que ha permitido que toda denuncia en instancia universitaria, sea atendida de manera aislada y bajo un estricto protocolo de confidencialidad que favorece al denunciado (docente), a esto le sumamos que los procesos son extremadamente lentos y que, en la mayoría de los casos, los denunciados no fueron objeto de ninguna sanción administrativa ni judicial.
Por consiguiente, las víctimas de acoso sexual, al encontrarse frente a una fraternidad masculina de estilo corporativo que garantiza la capacidad de acosar impunemente, prefieren no denunciar por miedo a ser juzgadas, descalificadas y para evitarse mayores problemas en la vida universitaria. En tal sentido, quien denuncia, no solo se enfrenta a su agresor, sino también, a toda una estructura machista, que aprovecha de estos casos para dar mensajes aleccionadores que naturaliza y reproduce la subordinación y la violencia contra las mujeres.
El acosador, no sólo es el docente, también es el administrativo, el politiquero, el ayuco de la materia y el estudiante.
La mujer en la política universitaria
La universidad en sus diferentes instancias de cogobierno ha sido manejada por una corporación machista que se caracteriza por mantener internamente una jerarquía tanto en hombres como en mujeres, la cual sostiene y le da sentido a la política universitaria como la conocemos, en el que la mujer pasó a tener un papel totalmente instrumental y servil a la política patriarcal.
En periodos electorales, las mujeres que responden con los cánones de belleza imperantes en la sociedad y que sean captadas por los frentes políticos, suelen ser utilizadas como objetos sexuales que promocionan y venden la imagen del candidato. Quienes no responden a estos estereotipos, son reducidas a los espacios de las obreras de campaña, que participan de las concentraciones, apoyan en redes sociales y son vigilantes del voto.
Asimismo, las mujeres son percibidas como dóciles pero ambiciosas, tal es el caso de las que cumplen con un perfil de académicas, señoritas de casa, de buena presencia y reputación, que generalmente no están acostumbradas a desafiar la figura del caudillo. Este grupo, es manejado por docentes (padrinos), quienes las asesoran, “defienden”, intimidan, manipulan, y las sitúan en espacios que legitiman y reproducen la administración de la estructura machista, a través de su imagen.
La violencia contra las mujeres en procesos electorales, también la ejercen aquellas que son parte de esa masa sin conciencia y sin proyecto político, que se trepan sobre las espaldas de las mujeres que desafían las normas machistas, que cuestionan y critican a los “dueños” de la universidad, al acosador y al violador, para ocupar el cargo de rectora, “vicerrectora”, decana, directora, primera ejecutiva o cualquier cargo que les genere beneficio y les sirva como catapulta para alcanzar otros espacios más expectables. Ellas, representan un triste ejemplo del porque la cuota biológica de las mujeres en la política es un deplorable desperdicio al servicio del patriarcado.
Por lo expuesto, concluyo que detrás de la expresión más extrema de violencia contra las mujeres, el feminicidio, esta los rostros e historias de mujeres que están siendo violentadas en diversos espacios. El feminicidio, es producto de una cantidad de agresiones menores que se presentan en la vida cotidiana y la universidad, es parte de esa cotidianidad, el hecho que dos estudiantes hayan sido dopadas y violadas por un docente y un decano de la UAGRAM no es un caso aislado; que una estudiante haya sido víctima de acoso sexual por parte de un docente de la UMSA en 2018 y que el proceso haya sido archivado no debería ser tratado como un asunto particular y excepcional, ni mucho menos, como espectáculo demagógico para conseguir rédito político. Por esta razón, la universidad es un espacio hostil donde se manifiesta la violencia contra la mujer con altos niveles de tolerancia y aceptación, pero al mismo tiempo, de complicidad y encubrimiento.
La universidad es un componente más del sistema feminicida, constituyéndose en un espacio que cosifica, despersonaliza y mercantiliza los cuerpos de las mujeres. Es un espacio que enseña y reproduce la “pedagogía de la crueldad”, donde se produce la desensibilización sistemática que enseña a normalizar el sufrimiento, la hostilidad y el abuso; incluso exaltando y validando este comportamiento como natural y rutinario. Es así que este sistema de valores, ha trascendido el espacio de la universidad, ha perdurado en el tiempo y se ejerce sobre las mujeres, pero también sobre los machos.
Es necesario desmontar la estructura patriarcal de la Universidad, que ha conducido a la crisis del sistema universitario y consecuentemente ha encaminado de manera equívoca a la sociedad y al Estado.
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